17 de febrero de 2011

El Competente

    Nunca he sido una persona violenta. Siempre he pensado que cualquier problema se puede resolver por la vía pacífica, aunque tampoco he tenido muchos a lo largo de mi vida. Una vez leí que la violencia es el último recurso del incompetente, y siempre he sido una persona competente. Pero lo que me sucedió ha sido distinto.
    Ayer observé cómo un hombre pegaba a su mujer. Lo vi a través de una ventana. El tipo no paraba de atizarla. Un puñetazo, luego otro, otro más; primero con la izquierda, luego con la derecha. El crujir del hueso marcaba el paso del tiempo, los gemidos llenaban la escena.
    Como el bastardo no tenía intención de interrumpir la paliza, continué mi camino a casa mientras le daba vueltas al asunto. Recordé cómo el muy canalla golpeaba la masa deforme de lo que antes había sido la cara de la mujer. Como un metrónomo, constantemente al mismo ritmo. Subía y bajaba. Y ahora me estaba cabreando mucho. Entré en casa, cogí mi bate para jugar al béisbol del armario y antes de darme cuenta estaba esperándole en la puerta de su casa.
    Me hizo esperar. No salió hasta la noche, y mientras tanto yo seguía pensando en la paliza. Estaba lleno de ira, y cuando apareció, mi cuerpo se movió solo. No respondía a mis órdenes. Le impacté con el bate horizontalmente en la boca, que creo se desencajó demasiado. Mientras que él yacía en el suelo gorgoteando sangre, yo seguía bateándole en la cara. Como un jugador de golf. De hecho, me pareció que yo tenía buen swing, pues ahora era yo el metrónomo. Subía y bajaba sin cesar mientras que su cabeza se hacía papilla. Me manché los zapatos y los pantalones, y seguramente la camisa estuviese igual. El rosado cerebro saltaba por doquier, pintaba la pared como lo hace un artista moderno con el auténtico rojo sangre. El maltratador ya no golpearía otra vez a aquella mujer.
    Y yo no podía parar de reír. Como cuando le golpeé, mi cuerpo no me obedecía y las carcajadas eran ensordecedoras. Reía cuando elevaba el bate y reía cuando acertaba. El caos era… primitivo; la sangre saltaba en cascadas y la masa encefálica regaba la calle, el olor metálico inundaba el espacio mientras yo golpeaba frenéticamente su cabeza. Y me encontré en el paraíso. Experimenté el asesinato, sentí y provoqué la muerte en primera persona y libré al mundo de la escoria. Yo era la muerte y el bate mi voluntad, debía castigar a aquellos que profanaban el cuerpo como había sido dictado por la santa.
    Cuando acabé, ese sentimiento se marchó. Fue como haber estado poseído, sólo que yo disfrutaba de cada instante, de cada impacto, de cada olor como nunca lo había hecho en mi vida. Y cuando el frenesí se esfumó encontré la escena bastante desagradable. El júbilo se evaporó y comenzaron las náuseas, así que decidí, de nuevo, irme a casa. Dejé el bate en el armario y dormí sin soñar.
    Hoy me he levantado cuando ha sonado el despertador y he ido a trabajar. Por suerte o por desgracia, mi vida sigue con la misma monotonía que hace dos días. La verdad, no sé qué me sucedió. Nunca había sido una persona violenta.

    Atentamente, Rellik Laires.

5 comentarios:

Garbancito dijo...

Ánimo Rellick

Víctor Ramírez dijo...

Estás inspirado, eh?

Pájaro-que-da-cuerda dijo...

No esperaba escribir algo más hasta dentro de un tiempo, pero las palabras venian solas. Habrá que esperar a que lleguen más jajaja

¿Y la crítica? Espero que os halla gustado

Víctor Ramírez dijo...

Sí me ha gustado, pero no quiero parecer un psicópata. Y hablaremos mejor ;)

Anónimo dijo...

Enhorabuena chaval me has sorprendido, son muy buenos los dos, a ver cuando te animas y escribes algo un poco más largo. Yo estoy ahora con uno que tengo casi acabado ya te lo pasare.

Sigue escribiendo que es un buen vicio.

Luar

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No hoygans in da house, gracias

 
 
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