26 de septiembre de 2014

Frankenstein

    Estas maravillosas narraciones me llenaban de extraños sentimientos. ¿Sería en verdad el hombre un ser tan poderoso, virtuoso, magnífico y a la vez tan lleno de bajeza y maldad? Unas veces se mostraba como un vástago del mal; otras, como todo lo que de noble y divino se puede concebir. El ser un gran hombre lleno de virtudes parecía el mayor honor que pudiera recaer sobre un ser humano, mientras que el ser infame y malvado, como tantos en la historia, la mayor denigración, una condición más rastrera que la del ciego topo o inofensivo gusano. Durante mucho tiempo no podía comprender cómo un hombre podía asesinar a sus semejantes, ni entendía siquiera la necesidad de leyes o gobiernos; pero cuando supe más detalles sobre crímenes y maldades, dejé de asombrarme, y sentí asco y disgusto.
    Ahora, cada conversación de mis vecinos me descubría nuevas maravillas. Fue escuchando las instrucciones que Félix le daba a la joven árabe como aprendí el extraño sistema de la sociedad humana. Supe del reparto de riquezas, de inmensas fortunas y tremendas miserias; de la existencia del rango, el linaje y la nobleza.
    Las palabras me indujeron a reflexionar sobre mí mismo. Aprendí que las virtudes más apreciadas por mis semejantes eran el rancio abolengo acompañado de riquezas. El hombre que poseía sólo una de estas cualidades podía ser respetado; pero si carecía de ambas se le consideraba, salvo raras excepciones, como a un vagabundo, un esclavo destinado a malgastar sus fuerzas en provecho de los pocos elegidos. ¿Y qué era yo?

Fragmento de Frankenstein, 1818, por Mary Shelley.

0 comentarios:

Tu opinión importa, deja un comentario.

No hoygans in da house, gracias

 
 
Licencia de Creative Commons
Está usted repostando Super by Waipy is licensed under a Creative Commons License.
Background design by bloodtears916.