14 de septiembre de 2014

Ningen Shikkaku II

    Esto ocurrió cuando era pequeño. Un político muy conocido del partido al que pertenecía mi padre vino a nuestro barrio para pronunciar un discurso. Los sirvientes me acompañaron al teatro donde iba a celebrarse la reunión. La sala estaba abarrotada, y la mayoría de los presentes, conocidos de mi padre, aplaudieron con entusiasmo. Cuando terminó el discurso, los asistentes salieron en grupos de tres o cinco a la calle nevada ya oscura echando pestes. Algunas voces eran de amigos particularmente cercanos a mi padre. Comentaban que mi padre había sido de lo más torpe al presentar al político y que no hubo modo de comprender el discurso de éste. Sin embargo, una vez en la sala de visitas de nuestra casa, dijeron con genuina alegría en el rostro que el discurso había sido un auténtico éxito. Cuando mi madre preguntó a los sirvientes qué tal había sido ese discurso, repusieron con la mayor frescura que había sido muy interesante; mientras que, en realidad, en el camino de vuelta no habían parado de refunfuñar, diciendo que lo más aburrido en el mundo era un discurso político.
    Pero esto no es más que un pequeño ejemplo. Las personas se engañan unas a otras del modo más natural y, sorprendentemente, sin resultar lastimadas. Parecen no darse ni cuenta de la superchería. Creo que su vida está llena de ejemplos nítidos, puros y claros de desconfianza. No obstante, a nadie parece preocuparle ese intercambio de falsedades. Yo mismo engaño a los demás desde la mañana a la noche con mis bufonerías. No tengo el menor interés en eso que los libros de texto llaman moral. Me cuesta entender que el ser humano viva o quiera vivir con pureza, claridad y felicidad en medio de toda esta mentira mutua. Nunca me han explicado la razón de esta habilidad. Si lo hicieran, quizás me librarían del terror que siento por ellos o de mis representaciones desesperadas. O quizá también de mi enfrentamiento con ellos y del infierno que experimentaba todas las noches. En suma, no había evitado contar sobre el odioso delito de los criados debido a la desconfianza en el ser humano ni, por supuesto, al cristianismo. Creo que fue porque ellos cerraron con firmeza la cáscara de la confianza a ese pequeño Yozo. Hasta mis propios padres se comportaron de una forma incomprensible para mí.

Fragmento de Indigno de ser humano, 1948, por Osamu Dazai.

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